Comentario
La Ilustración catalana estuvo a la altura de la sobresaliente expansión económica del Principado, que condicionó de modo muy particular la fisonomía de sus creaciones en el plano de la enseñanza y de la cultura en general. Los primeros impulsos reformistas procedieron, sin embargo, de la Corona y se concretaron en la Universidad de Cervera, llamada a ser un centro modélico erigido de nueva planta al margen de los vicios de las instituciones universitarias tradicionales, una auténtica Atenas borbónica, pero que no llegó a alcanzar el alto grado de eficacia al que se apuntaba, ni antes ni después de la expulsión de los jesuitas, que habían conformado su trayectoria durante el primer medio siglo de su existencia. También tienen origen oficial la Academia Militar de Matemáticas y el Colegio de Cirugía del Ejército.
La enseñanza superior dirigida por los jesuitas contaba con otro centro prestigioso, el Colegio de Cordelles, entre, cuyas aulas y las cerverinas dividieron su docencia hombres de la talla de Mateo Aymeric, filósofo conectado con el círculo de Mayans y autor de una Historia Geográfica y Natural de Cataluña; de Antonio Nicolau, moralista y contradictor de Feijoo y el Barbadiño; y sobre todo de Tomás Cerdá, matemático y astrónomo, colaborador en la modernización de las escuelas militares y autor de un tratado de artillería destinado a su uso en aquellos establecimientos.
También en medios eclesiásticos se desenvuelve la labor del grupo de eruditos del monasterio de Bellpuig de las Avellanas, presididos por Jaime Caresmar, interesado especialmente por temas históricos y económicos, autor de un Discurso sobre la Agricultura, Comercio e Industria, colaborador de Antonio de Capmany y cuya obra sería continuada por sus discípulos José Martí y Jaime Pascual, socio de los Amigos del País de Tárrega. Y eclesiásticos fueron también Félix Amat, arzobispo de Palmira, cuyos intereses se dividen entre el fomento de la industria catalana y el estudio de inspiración jansenista de la historia eclesiástica, y su sobrino Félix Torres Amat, el historiador de la literatura catalana, cuya obra erudita se desarrolla ya en el siglo siguiente.
El movimiento académico alcanzó en Cataluña un alto grado de desarrollo, con la fundación de la Academia de Buenas Letras, la Academia de Ciencias y Artes (erigida en 1764 bajo la denominación de Conferencia Físico-Matemática Experimental), la Academia de Jurisprudencia (1777) y, sobre todo, la Academia de Medicina que, creada en 1770, contribuiría a hacer del siglo XVIII la edad de oro de la medicina catalana. Baste citar a este efecto la labor de las instituciones docentes como la Cátedra de Clínica (embrión de la futura Facultad de Medicina) o el Colegio de Cirugía ya mencionado, así como la obra de hombres como Pedro Virgili y Antonio Gimbernat, o como Francisco Salvá y Campillo, miembro de la Academia de Ciencias y Letras, titular de la Cátedra de Clínica, defensor de la vacuna e investigador infatigable en todos los campos, incluyendo el del transporte marítimo y aéreo con sus experiencias aerostáticas, realizadas junto con el célebre médico y físico Francisco Santponts, igualmente integrante de la Academia de Ciencias y Artes, profesor de la Junta de Comercio e investigador denodado de cuestiones agrarias e industriales.
Las Sociedades Económicas de Amigos del País no encontraron un terreno abonado en Cataluña, pese al papel pionero representado en este campo por la temprana Academia de Agricultura de Lérida. Así, junto a los fallidos proyectos de constitución de institutos de este tipo en Barcelona, Gerona, Vic y Puigcerdá, sólo cabe contabilizar la labor de los Amigos del País de Tárrega, volcados esencialmente en el establecimiento del canal de Urgel para el regadío de las comarcas de poniente, y, sobre todo, de la Económica de Tarragona, promovida por el obispo Francisco Armañá y que contaría con la colaboración del ya citado Félix Amat y del destacado hombre de ciencia Antonio Martí Franqués, botánico y químico, autor de importantes trabajos sobre el sexo y la reproducción de las plantas.
Sin embargo, la gran institución del reformismo ilustrado catalán fue la Junta Particular de Comercio de Barcelona, corporación creada para la defensa de los intereses de la burguesía mercantil e industrial de la capital, pero también organismo preocupado por el fomento de la economía del Principado. Una de sus iniciativas más significativas fue la fundación de establecimientos de formación profesional con el fin de proporcionar los conocimientos técnicos precisos al personal destinado a garantizar el buen funcionamiento de los sectores estratégicos de la vida económica. Así, la Escuela de Química se dedicó esencialmente al dominio de los colorantes, mientras la de Nobles Artes dirigía a sus estudiantes hacia el diseño textil en conexión con las necesidades de la industria del estampado, y la de Comercio trataba de formar a los empleados subalternos que precisaban las casas mercantiles. El mayor éxito se consiguió con la Escuela de Náutica, que formaría nuevas generaciones de pilotos de altura capaces de afrontar con garantías la navegación atlántica y que serviría de acicate a otras instituciones similares igualmente activas en otras poblaciones de tradición marinera, como la Escuela de Pilotos de Arenys y la Escuela Naval dirigida por los escolapios en Mataró.
Precisamente para la Junta de Comercio compondría su obra fundamental, las Memorias históricas sobre la Marina, Comercio y Artes de la ciudad de Barcelona (1779), quien puede ser considerado el hombre más representativo de la Ilustración catalana, Antonio de Capmany (1742-1813). Político en activo, que intervino de manera destacada en el proyecto de repoblación de Sierra Morena y más tarde en las sesiones de las Cortes de Cádiz, nos ha dejado además una importante obra escrita en la que subyace un ambicioso proyecto de regeneración nacional a partir de los valores tradicionales catalanes y que constituye el trasunto del clima de confianza suscitado por el Despotismo Ilustrado en muchos de los mejores intelectuales de la época.
El mismo sentido práctico presenta buena parte de la producción líteraria catalana de la época, que se expresa a través de las memorias científicas, los trabajos históricos (como el ya citado de Capmany o los Anales de Cataluña de Narciso Feliu de la Peña, de primeros de siglo, 1709), las reflexiones geográficas o económicas (como el ya citado discurso de Caresmar o, también a primeros de siglo, la Descripción geográfica del Principado, de José Aparici) o los artículos de prensa, difundidos en los precoces Diario Curioso y Diario Erudito (editados ambos por Pedro Angel de Tarazona, el máximo promotor de periódicos de la Cataluña setecentista) o en el más maduro Diario de Barcelona, de Pedro Pablo Ussón. Esta literatura se escribe generalmente en castellano, aunque no falten testimonios de obras considerables que emplean el catalán (como la crónica diaria vertida por el barón de Maldá en su Calaix de sastre) y aunque algunos autores sostengan encendidamente la reivindicación de la lengua vernácula, como ocurre con Baldiri Reixach en sus Instruccions per a l'ensenyança de minyons. En este sentido es paradigmática la actitud de Capmany, tránsfuga al castellano pese al amor manifiesto por su tierra natal, que escribió, entre otras obras, unos Discursos analíticos sobre la formación y perfección de las lenguas y sobre la castellano en particular (1776), Formación de la lengua castellana (1776) y un Diccionario francés-español (1801), además de publicar un Teatro histórico-crítico de la elocuencia castellana, en realidad una antología de textos clásicos en cinco volúmenes que ha sido considerada la obra más importante de la filología nacional en el siglo XVIII.
Idéntico sentido utilitario al manifestado por la literatura advertimos en las creaciones artísticas, especialmente en la arquitectura, impulsada por los proyectos ofíciales de construcción de la Ciudadela (de cuyos edificios quedan aún hoy en pie el arsenal, la capilla y el palacio del gobernador), la Universidad de Cervera o el Colegio de Cirugía, o la urbanización del barrio de la Barceloneta, frente al puerto de la capital. Otros edificios se relacionan directamente con la expansión de la economía, como la remodelación en estilo neoclásico de la Lonja de Mar (cuyas alegorías del comercio y la industria ejecutaría el escultor Salvador Gurri), la construcción de la Aduana Nueva (cuya decoración pictórica sería encargada a Pedro Pablo Montaña, director de la Escuela de Dibujo de la Junta de Comercio) y también los palacios que la burguesía enriquecida se construye en la capital, como los de March, Larrard o Moja, decorado este último por Francisco Pla, el Vigatá, otro de los representantes de la renovación pictórica de la Cataluña ilustrada.